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La escuela, un cóctel para la vida

    Reflexionar sobre el papel de la escuela en una etapa tan histórica como la que nos ha tocado vivir, no solo me parece inevitable, sino necesario.  Muchos han sido los debates sobre la gestión de la escuela virtual durante este momento tan delicado y más aún han sido los gritos de auxilio de familias y docentes por haberse sentido abandonados por parte de la administración. Estamos ante la mayor crisis sanitaria  (y no solo sanitaria) de la historia de este país. Muchas familias han perdido a seres queridos, sus trabajos, y otras tantas, han tenido que cerrar la persiana de su negocio familiar, siendo éste la única fuente de ingresos de sus hogares. A ésto, habría que añadirle el miedo a ser contagiado por el virus, la preocupación de muchas personas que han tenido que enfrentarse a él por su desempeño laboral en sectores sanitarios o de primera necesidad y que llegan cada día a sus casas con la angustia de poder contagiar a los suyos, el estrés que genera no poder salir de casa...  Algunas, de sus casas con espacio,  jardín, terraza  y con muchas comodidades, pero otras, en pisos pequeños, sin apenas espacio, ni recursos tecnológicos,  y sin tan siquiera poder disfrutar de un rayo de sol entrando por una ventana.  

    Sin embargo, la educación parece haber recorrido este camino sin preocuparle más que acabar los libros y que ningún contenido del currículo se quede atrás. Los deberes repetitivos, los contenidos fuera de contexto real, las asignaturas peleadas unas con otras, el encorsetamiento y la inflexibilidad del currículo, los exámenes memorísticos, la anulación de la creatividad, entre otras cosas, no tenían ningún sentido ya en una escuela presencial. Ahora mucho menos...así, sin interacción social con iguales y sin relación personal entre docente y alumnado.
Muchos maestros y maestras se han dejado la piel en sacar adelante este último y diferente trimestre, pero  más que en terminar el curso con el contenido completado, hubiese sido mejor  opción, dejársela en repensar la escuela. En analizar todo lo que le falta y todo lo que le sobra. En atreverse con otras metodologías, con otras estructuras de aula,  con otros planes de centro, con proyectos educativos reales y que se acerquen a la vida. Atreverse a invitar a las emociones porque siguen sin tener el espacio que merecen; en abrirse al diálogo,  a la cooperación... Dejarse la piel en ofrecerle herramientas al alumnado que favorezca su autonomía, su pensamiento crítico y un autoconcepto sólido. Dejarse la piel en remover las asignaturas, mezclarlas y aliñarlas para poder  hacer con ellas el cóctel de la vida. 

M. Cinta Oncina 

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